Re-urbanizar la universidad: inspiraciones para-académicas

La universidad está en ruinas, aunque quizás nunca dejó de estarlo. De un lado quienes desde fuera se empeñan en hacer de ella una maquina de eficiencia dedicada a fabricar especialistas. De otro lado, quienes la habitan y han permitido su declive por desidia, desafección e indiferencia. En esta situación, una posible vía de escape se encuentra más allá de sus muros, en lugares de los que tomar inspiración para renovar sus modos de hacer y reorganizar su producción de pensamiento. En este texto describo tres iniciativas dedicadas a la producción de conocimiento que se encuentran fuera de la universidad pero cuyas prácticas epistémicas resuenan intensamente con las propias de la academia, son lo que podríamos llamar proyectos para-académicos. Uno de ellos es el Observatorio Metropolitano de Madrid, un proyecto de investigación militante surgido hace cuatro o cinco años y dedicado al estudio crítico de la ciudad. Los colectivos de arquitectura, una forma de organización profesional que repiensa y renueva las arquitecturas del trabajo colectivo es otra figura inspiradora. Finalmente dos espacios públicos de arte y cultura, Medialab-Prado e Intermediae, que han sido capaces de concitar en los últimos años comunidades de pensamiento y acción increíblemente fértiles. Son proyectos de carácter muy distinto que hacen de la ciudad su objeto de indagación y el lugar de su intervención, y es precisamente esa singular relación que mantienen con la ciudad lo que les imprime una cualidad distintiva a sus modos de hacer. La academia podría mantener un diálogo fértil y productivo con esos lugares, tomar inspiración de ellos para renovar su sensibilidad en un gesto que re-urbanice la universidad.

Intimidades epistémicas
Hace mucho que la universidad decidió externalizar su circuito de circulación del conocimiento. Revistas alejadas que publican artículos y editoriales ajenas que se ocupan de sus libros, la práctica académica convencional asume que una vez inscrito el conocimiento debe viajar por sí sólo y generar sus propios públicos: ¿cómo sería un trabajo académico que no se ocupa sólo de la producción de conocimiento sino que también se preocupa por mimar las ecologías epistémicas que sostienen su circulación? El Observatorio Metropolitano de Madrid nos proporciona algunas pistas de ello. Un colectivo dedicado a la producción de pensamiento crítico sobre la ciudad, el Observatorio fundado hace cuatro o cinco años ha sido capaz de generar uno de los ecosistemas de pensamiento urbano más vigorosos y fructíferos de los últimos años en Madrid. Desde su fundación han publicado nueve libros que examinan desde la emergencia de la política neo-conversadora en España al análisis pormenorizado de las grandes transformaciones urbanas experimentadas por la capital; una producción intelectual que deja en evidencia a muchos departamentos universitarios pese a que sus recursos económicos son limitados.

Es difícil deslindar el Observatorio de la trama que lo conecta con la editorial que publica sus libros (Traficantes de Sueños), las instituciones culturales con las que se relaciona (Fundación de los Comunes, Museo Reina Sofía, Medialab-Prado), las iniciativas activistas de intervención en la ciudad (Patio Maravillas) y el barrio de Lavapiés en el que se incardina. El Observatorio dedicado a estudiar la ciudad establece con ella una estrecha relación a través de la cual esta se convierte en el lugar donde su conocimiento se despliega, circula, cobra forma y genera interlocuciones. De otra manera, pareciera que el Observatorio no sólo da cuenta de la ciudad sino que intima con ella.

Si la academia tiende a externalizar el circuito de circulación de su conocimiento, el Observatorio parece hacer de eso parte integral de su esfuerzo, un ejercicio recursivo que se preocupa por las condiciones materiales de la circulación situada de su conocimiento y la construcción de sus propios públicos locales. Hay en ello un gesto explícitamente político que se ubica en el dominio de la investigación militante, una forma de producción de conocimiento que opera fuera de la academia en una búsqueda de autonomía intelectual. Para quienes estamos dentro de la academia y no queremos abandonarla el Observatorio, como otros proyectos de investigación militante, nos desafían a re-imaginar nuestras formas de compromiso político pero también a hacer visible la condición política de nuestro trabajo, muchas veces sutil e invisibilizado. Quizás podemos tomar inspiración de ese ejercicio de intimidad epistémica con la ciudad y ese esfuerzo por equipar al conocimiento no sólo con argumentos sino con las infraestructuras y espacios que lo permiten viajar. El observatorio nos ayuda a repensar cómo acompañar al conocimiento que producimos en su vida social: generando las ecologías urbanas que lo ayudan a fructificar.

Arquitecturas de la asociación
La universidad parece agotada en sí misma: aburrida, ensimismada y esclerótica; volcada hacia el interior e incapaz de renovar sus límites. Departamentos, grupos de investigación, asociaciones y colegios profesionales han conformado tradicionalmente sus formas de organización académica: jerárquicas, formales, inflexibles y atravesadas por la cultura del servilismo imperativo. La desafección de quienes habitan las aulas y recorren los pasillos es concomitante con la ausencia de imaginación para renovar sus formas de trabajo colectivo. Y es precisamente en ese dominio del trabajo colectivo donde una figura se ha desarrollado en el ámbito de la arquitectura en los últimos años. Algunos arquitectos (jóvenes en su momento) comenzaron hace una década a explorar otras formas de asociación y organización del trabajo dentro de su disciplina para engendrar eso que después han designado como colectivos de arquitectura.

Los relatos que los colectivos han elaborado de sí mismos invocan en su descripción formas de organización horizontal, entornos de trabajo colaborativo, modos de asociación abierta y una orientación hacia la participación ciudadana. Durante este tiempo han renovado radicalmente el modo de trabajo de su disciplina, han transformado su sensibilidad y le han dotado de una ética profesional consciente de la condición política que implica el monopolio tradicional de la construcción de ciudad. Los colectivos reinventan la figura tradicional del estudio de arquitectura fraguado en torno a un pro-hombre (sólo excepcionalmente mujeres). Frente al estudio-marca dedicado al ladrillo y aislado de la ciudad, el colectivo organiza su trabajo mediante talleres ubicados en el espacio público y abiertos a los ciudadanos. Frente a la arquitectura grandilocuente el suyo es un ejercicio de humildad, al tiempo que desplaza la arquitectura hacia nuevos lugares la expande hacia nuevos horizontes.

Hay un doble gesto singular en los colectivos del cual podríamos aprender quienes habitamos la academia. Primero, su audacia para problematizar los límites de una experticia que históricamente han monopolizado: sus talleres en la calle, poblados por vecinos y destinados al rediseño de lo pequeño redefinen en buena medida el urbanismo. A través de esas intervenciones señalan nuevos actores, otros saberes y nuevos lugares en la construcción de la ciudad. Un trabajo que emerge a través de una geografía distintiva en la ciudad de espacios vacíos que han sido rehabilitados, terrenos vacantes recuperados, huertos urbanos reverdecidos… Los colectivos trazan en la ciudad una geografía de espacios de intervención donde se experimenta con lo urbano. Segundo, los colectivos renuevan su disciplina a través de nuevas arquitecturas (metafóricas y literales) de lo colectivo, unas arquitecturas del trabajo colectivo que movilizan prácticas cuidadosas, infraestructuras digitales, una ética diferente y un nuevo imaginario de su profesión. Bien podríamos en la universidad tomar inspiración de todo ello para rehabilitar los modos de hacer de la academia.

Estéticas del cuidado
Hemos sacrificado la estética, nos hemos olvidado de los cuidados y con ello se nos ha escapado la posibilidad de generar ambientes fértiles para la producción de conocimiento. La universidad ha optado por un feísmo que no es ni fértil ni productivo, es el feísmo de la desidia y la falta de imaginación. Los sitios para re-aprender todo ello o, quizás, aprenderlo por primera vez son esos lugares que desde la estética se mueven hacia la academia. Quizás la academia pudiera hacer un tránsito inverso. Dos de esas instituciones son Medialab-Prado e Intermediae, espacios dedicados a la producción cultural y artística que a lo largo de los últimos años han explorado a través de su propia práctica las formas de una institucionalidad nueva para el mundo del arte y la cultura. Ambos son centros públicos del ayuntamiento de Madrid, fundados o refundados en la última década y localizados en el centro de la ciudad: uno ubicado en Matadero (Intermediae) y el otro junto al Paseo del Prado (Medialab-Prado).

En Medialab-Prado es posible encontrar un día a programadores dedicados a prácticas especializadas del software libre y otro día a académicos de los estudios urbanos discutiendo sobre la ciudad, hackers que alumbran prototipos y abogados que hackean las leyes. Los intercambios entre el mundo de la cultura digital y otros dominios son comunes, fructíferos y esperanzadores. En Intermediae abundan las iniciativas con una intensa orientación social, una calificación sin duda parcial e insuficiente: un banco de semillas convive con una escuela experimental que tiene cabida para ejercicios poéticos y las exploraciones del sexo hipster; una factoría de cine sin autor abre el barrio a la narrativa visual y recientes intervenciones en barrios periféricos extienden Intermediae hacia otros lugares de la ciudad.

Ambas instituciones han repensado la relación con quienes antes eran únicamente consumidores de cultura y arte, han habilitado espacios para la crítica de su ámbito profesional y han expandido los límites de la estética hacia otros dominios. Quizás la dificultad para hablar de ellas reside en su carácter inclasificable: son anomalías increíblemente fructíferas. Su singularidad ha atraído el interés de la universidad y de tanto en tanto algún congreso, seminario o encuentro académico se realizan en ellos. Una presencia que evidencia la fascinación por algo de lo que carecemos en la universidad, su ubicación en esos lugares se reduce a menudo a una relación instrumental.

A lo largo de estos años Medialab-Prado e Intermediae han acomodado en su seno públicos concernidos que hibridan disciplinas y desarrollan investigaciones impuras, y lo han hecho a través de prácticas que acogen al extraño y miman al conocido. Medialab-Prado ha hecho de la hospitalidad la piedra de toque de su práctica experimental. La antropología ha sancionado el rapport y la generación de confianza como práctica epistémica para la producción de conocimiento etnográfico, Medialab-Prado nos señala otra práctica distinta destinada a tratar con propios y extraños: la hospitalidad. Y por esa senda del cuidado transita también Intermediae cuando se disemina por la ciudad en sus intervenciones urbanas. Podría decirse que del cuidado por una cierta estética urbana Intermediae transita hacia una ética del mimo de ciudad. Y es precisamente a través de esas prácticas como ambientan las condiciones propicias para redistribuir otras sensibilidades, producir nuevos conocimientos. La hospitalidad de un lado y el cuidado del otro aparecen entonces como la condición para la reinvención de nuevas prácticas epistémicas. Su ejercicio podría describirse a menudo como un trabajo de ambientación: la producción de atmósferas epistémicas que permiten la producción de conocimiento. En ambos casos, unas estéticas del cuidado ambientan las condiciones propicias para alumbrar una nueva episteme en la ciudad.

Espacios de esperanza
Un observatorio, un ecosistema de colectivos y dos anómalos centros de cultura/arte. Tres espacios que mantienen una singular relación con la ciudad: intiman con ella, generan nuevas arquitecturas de la colaboración y ambientan las condiciones que nos ayudan a redistribuir nuevas sensibilidades epistémicas desde estéticas cuidadosas. Todos ellos forman parte de una geografía urbana de lugares definidos, una trama por la que circulan personas, objetos, argumentos, conocimientos y esperanzas destinadas a una ciudad distinta. No son los únicos lugares que nos proporcionan inspiración, hay muchos otros, pero basta para elaborar el argumento: la ciudad deja de ser un simple contenedor y escenario en ellos para ser contenida dentro de sus prácticas, y de esa manera los proyectos descritos brevemente nos proporcionan una pista para renovar la universidad y reinventar modos de hacer en la academia.

Se dice que la construcción de algunas universidades fuera de la ciudad durante la dictadura fue una manera de desactivar su potencial político. Las universidades autónomas (en Madrid y en Barcelona) y la Universidad de Bilbao fueron localizadas en los setenta en la periferia con la intención anular su autonomía política. Podríamos decir que la figura de la torre de marfil con la que se representa la indiferencia de la academia no es otra cosa que un alejamiento de la ciudad: una distancia de sus calles, plazas y jardines que lleva aparejada el olvido de sus asuntos y el ensimismamiento en los propios. El episodio histórico insinúa el potencial de imprevisibles hibridaciones cuando la universidad se localiza y mezcla con la ciudad. Lo vimos hace unos meses en la iniciativa que sacó las universidades a la calle en 2012 y 2013 en protestas por los recortes en educación, fue uno de los gestos más radicales de esta institución en los últimos años. En la calle y a la vista de todos, las jerarquías tradicionales se diluyen y el aura del experto se difumina. El conocimiento expuesto a la vista de todos y al alcance de cualquiera puede ser desafiado por unos y otras. Quizás la universidad debería comenzar a pensar si la ciudad no es sólo un lugar de tránsito sino un espacio de ocupación. Un espacio que ocupar y donde dejar ocuparse.

Quizá las universidades necesitan recuperar su proximidad con la ciudad: re-urbanizarse. Urbanizar la universidad sería una manera de comprometerse en el sentido de ponerse en un compromiso, como dice Marina Garcés. Urbanizar la universidad sería situarla en un contexto donde las jerarquías no están establecidas por anticipado, donde el maestro es quizás un ignorante que ha de aprender antes que enseñar. Urbanizar la universidad sería exponerla a lo imprevisible y de esa manera ante preguntas que no era capaz de plantearse. Urbanizar la universidad es una vía para reinventar (literalmente) un espacio con capacidad para esperanzarse a sí misma y lograr esperanzar a otros/as.

Imagen: Una ilustración tomada de The book of miracles, una obra dedicada a ilustraciones medievales sobre pensamiento mágico.

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