Encuentros en común: coreografías epistémicas

Los formatos de encuentro han proliferado en los últimos años. Pechakuchas, desconferencias, barcamps, cacharratones, hackmeetings… modos de encuentro alumbrados más allá de la academia pero que en ocasiones dejan su impronta en ella. Sabemos que desde hace varios siglos los encuentros son, junto con los artículos, los dos circuitos fundamentales de circulación del conocimiento académico, sorprende que mientras la escritura ha sido sometida a una reflexión y escrutinio intenso desde hace décadas los modos de encontrarnos para poner en común nuestro conocimiento han recibido una escasa atención. Tres proyectos de encuentros nos muestran formas inventivas de estar juntos, metodologías singulares y heterodoxas, que experimentan con los modos de poner en común nuestro conocimiento y nuestros cuerpos mientras exploran nuevas formas de registro. Estos son el Gabinete de crisis de ficciones política, el encuentro Sociología ordinaria y el proyecto Citykitchen, dan cuenta de esas fértiles intersecciones entre las ciencias sociales y arte.

Este texto sirvió de introducción a la mesa redonda ‘Encuentros en común: coreografías epistémicas’, celebrada en el V Encuentro de la Red esCTS en Medialab-Prado (Madrid), el 1 de julio de 2015.

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La Red esCTS ha dedicado un considerable esfuerzo a pensar y explorar sus formas de encuentro. Cada año se abre una convocatoria para acoger además de comunicaciones lo que hemos llamado formatos especiales que experimenten con nuevos modos de encontrarnos. Podría decirse que los mismos encuentros de la Red son la expresión de la heterodoxia e irreverencia de algunas de sus sensibilidades. Y esa exploración de otras formas de estar en común en torno al conocimiento se encuentra cada vez más extendida.

Somos testitgos de cómo los formatos de encuentro han proliferado en los últimos años. Esa invención ha estado influida muy a menudo por la cultura digital y en ese proceso se han alumbrado algunas metodologías que hacen de la brevedad su razón de ser (como el pechakucha); otras que ponen su acento en la informalidad (las des-conferencias); y algunas que señalan a la participación de las tecnologías digitales en los encuentros como un elemento central (barcamps). Y después están los hackatones, los cacharratones, los hackmeetings, los bird-of-a-feather… modos de encuentro alumbrados más allá de la academia pero que en ocasiones dejan su impronta en ella.

Es verdad que bajo ese concepto de encuentro en común se oculta, al menos en nuestro ámbito académico, una enorme diversidad que va desde las grandes conferencias internacionales donde circula el prestigio y se mercadea con futuribles hasta los pequeños workshops donde se cuidan los textos y miman las conversaciones. Seminarios, charlas, mesas redondas, conversatorios… Moverse en cada uno de esos contextos requiere el aprendizaje del ritmo específico que los gobierna: la cercanía del paso estrecho de los workshops en intimidad y la vorágine desatada de la gran conferencia. Sin embargo, pese a esa diversidad, casi todos ellos están atravesados por un gesto expositivo: la palabra escrita domina en nuestro diálogo cara a cara.

Sabemos que desde hace varios siglos los encuentros son, junto con los artículos, los dos circuitos fundamentales de circulación del conocimiento académico. Steve Shapin y Simon Schaffer nos han mostrado en su historia de los primeros experimentos que este singular modo de producir conocimiento natural se alumbró mediante una forma muy particular de encuentro y un género específico de escritura. El experimento fue construido como una performance doméstica en las casas de los gentlemen británicos y al mismo tiempo se diseñaba la tecnología literaria del paper que permitía viajar esos asuntos de hecho a otros lugares. El encuentro experimental teatralizaba los hechos naturales mientras el paper escrito los virtualizaba.

El encuentro es por lo tanto un elemento fundamental de la manera de hacer ciencia, un engranaje clave para la producción de conocimiento, apoyo para el sostenimiento del cuerpo de la ciencia y pulmón de su economía epistémica. Sorprende por ello que mientras la escritura ha sido sometida a una reflexión y escrutinio intenso desde hace décadas los modos de encontrarnos para poner en común nuestro conocimiento han recibido una escasa atención.

La indagación de nuestros géneros narrativos en la ciencia nos ha permitido constatar las retóricas que animan nuestra escritura, los efectos que producen y las herencias (coloniales, de género, disciplinarias…) que la atraviesan. ¿Qué podríamos decir de nuestras maneras de encontrarnos, juntarnos en común, asamblearnos y ensamblarnos? Pues bien poco. Pero sí hay algo que podemos constatar: hay mucha gente deseosa de explorar otros modos de estar juntos; y el mundo del arte y la cultura es sin duda un dominio al que se mira en busca de inspiración.

La realización de este encuentro en Medialab-Prado (V Encuentro de la Red esCTS) no es una casualidad. Me atrevería a decir que la presencia de la Red esCTS da cuenta del interés creciente de las ciencias sociales por el arte como fuente de inspiración para renovar sus métodos empíricos, formas de representación y modos de encuentro. Y no es extraño porque desde los situacionistas hasta el arte performativo y site especific, la generación de eventos ha sido una práctica artística de creciente relevancia. Se ha pasado de lo expositivo al acontecimiento que hace que ocurra alguna cosa.

Los tres proyectos convidados: el Gabinete de crisis de ficciones política, el encuentro Sociología ordinaria y el proyecto Citykitchen, dan cuenta de esas fértiles intersecciones entre las ciencias sociales y arte. Todos ellos son formas de estar juntos singulares, heterodoxas, que experimentan con los modos de poner en común nuestro conocimiento y nuestros cuerpos mientras exploran nuevas formas de registro.

Un famoso texto del crítico e historiador de arte Hal Foster que conocí gracias a Azucena Klett, ‘El artista como etnógrafo’, dice que entre artistas y antropólogos (y podríamos generalizarlo para las ciencias sociales) hay una mutua envidia. Los artistas envidian de los antropólogos su capacidad para acceder a la alteridad cultural; los antropólogos, por su parte, envidian de los artistas su apertura y libertad creativa. No sé si es la envidia lo que nos ha traído hasta aquí, pero no dejo de pensar que esta pudiera ser el punto de partida para una fructífera discusión e intercambio: pongamos en común nuestras envidias para generar un espacio de intercambio epistémico fructífero.

Hace un par de años Alberto Corsín y yo organizamos unos seminarios que llamamos ‘Sacar la crítica a paseo’; queríamos dialogar con formas de crítica urbana que no discurriesen por las sendas del discurso escrito. Formas de crítica que ponen el cuerpo en primer plano, como la bici crítica o que planean la ciudad con infraestructuras mundanas, como los talleres de construcción de mobiliario urbano. La crítica hecha carne y mueble, en mitad del huerto o sobre dos ruedas.

Cada uno de los cinco seminarios lo realizamos en un lugar diferente: El Campo de Cebada, en Medialab-Prado, en Esta es una plaza, en Intermediae, y por supuesto, en la calle también. Pusimos a deambular los seminarios por la ciudad y los ubicamos en los lugares donde nos parecía que la crítica urbana tomaba formas singulares que nos ayudaban a re-imaginar la ciudad en nuevos términos.

Esos seminarios que derivaban por la ciudad eran el efecto de lo que habíamos conocido, poníamos en juego lo que estábamos aprendiendo: la hospitalidad de Medialab-Prado, la ambulación atmosférica de las asambleas, el cuidado de la escucha en Intermediae… Los seminarios dejaban entrever las sensibilidades epistémicas de nuestras contrapartes en el campo etnográfico al tiempo que pugnaban por reproducirlas. Eran ejercicios coreográficos de la palabra y el cuerpo.

La coreografía es junto con el teatro y la escritura uno de los tres grandes regímenes de las artes, tres prácticas de la palabra y del cuerpo. Jacques Rancière recurre a esta gran división de Platón para elaborar su propuesta de lo que denomina la distribución sensible de lo común, una manera de pensar la política desde la estética. Una política donde la distribución de lo sensible “trata de lo que vemos y de lo que podemos decir al respecto, sobre quién tiene la competencia para ver y la cualidad para decir, sobre las propiedades de los espacios y los posibles del tiempo”.

Mi intuición es que los encuentros que hoy están convocados en esta mesa son la coreografía de quienes han aprendido a moverse con un ritmo distinto dentro de la academia, el arte, el activismo, la arquitectura, la ciudad… aquellos y aquellas que han aprendido a bailar un son nuevo y a seguir un compás diferente.

Coreografías que expanden los límites de sus propias disciplinas. No son únicamente encuentros para la circulación del conocimiento, son el indicio de sensibilidades que atraviesan las prácticas epistémicas de sus participantes. Podríamos decir, con Rancière, que entonces, en estos encuentros, hay un esfuerzo por una nueva redistribución de lo sensible que vuelven a poner en juego quién puede ver, hablar y danzar en común y sobre lo común.

Imagen: Gabinete de Crisis de Ficciones Políticas.

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