Un experimento urbano de mesa

Un experimento urbano de mesa (texto en formato PDF)

Madrid está en plena efervescencia urbana en los últimos años, en este tiempo se ha producido una explosión de iniciativas ciudadanas que intervienen en el rediseño de lo urbano y exploran la posibilidad de una relación distinta con la ciudad. Proyectos vecinales que recuperan edificios desocupados para transformarlos en centros culturales, espacios baldíos en mitad de la ciudad que han sido convertidos en huertos para el barrio o iniciativas que reamueblan el espacio público con nuevas infraestructuras. Citykitchen(1) es uno de esos múltiples proyectos. A mediados de abril de 2014 celebró la antepenúltima de las seis sesiones de las denominadas Mesas de Citykitchen, una serie de encuentros celebrados en Intermediae (Matadero, Madrid) que reunieron a ciudadanos, iniciativas de intervención urbana y técnicos del ayuntamiento de la ciudad. Los huertos urbanos fueron el objeto de una discusión que se prolongó por más de tres horas y que comenzó con una presentación de la Red de Huertos de Madrid (ReHd Mad!) y siguió con otra de técnicos del Área de Medioambiente del ayuntamiento; unas treinta personas asistieron al encuentro abierto.

La Red, fundada en 2010, agrupa a unos 40 huertos distribuidos por la ciudad y se ha convertido en un ejemplo excepcional del tipo de proyectos discutidos en Citykitchen. Los huertos, nos contó Pablo Llobera, no son simplemente espacios para plantar hortalizas sino sitios de aprendizaje y construcción de una ciudad distinta. En poco tiempo se han ganado el reconocimiento internacional que se tradujo en 2012 en una mención de Naciones Unidas como ejemplo de práctica de sostenibilidad. Desde su fundación la Red ha tratado de lograr la normalización legal de los huertos que ocupan espacios de titularidad pública, un proceso que en aquel momento estaba a punto de cerrarse tras un diálogo prolongado con el Ayuntamiento de Madrid. A ello se refirieron José Luis Sanz, Rafael Ruiz y Marisol Santos en una presentación que dio cuenta de los departamentos encargados de diferentes regulaciones del espacio público así como de la diversidad de leyes relacionados con ese tema. Su intervención suscitó numerosas preguntas relacionadas con las competencias sobre los espacios urbanos, permisos, regulaciones y la elaboración de los pliegos que establecen las condiciones de las convocatorias públicas del ayuntamiento.

El encuentro era uno de las sesiones mantenidas durante casi dos años, en ellas Citykitchen ha reunido a ciudadanos, colectivos activistas, técnicos de la administración, arquitectos, antropólogos, productores culturales… los participantes se han resistido a ser clasificados y en ese tiempo han jugado a llamar a los funcionarios del ayuntamiento técnicos ciudadanos y a quienes estamos del otro lado ciudadanos expertos… el juego irreverente con esas categorías era un intento por problematizar las formas de experticia urbana. Las preguntas que se insinuaba tras ello era: ¿quién sabe sobre la ciudad?, ¿quién sabe cómo intervenir en ella?, ¿qué conocimientos necesitamos para componer una ciudad distinta? En buena medida Citykitchen ha explorado la emergencia de otras formas de experticia para el diseño de la ciudad, o más bien, de versiones de la ciudad que emergen con el despliegue y aprendizaje de modos nuevos de componer lo urbano. Una situación que nos desafía a investigar otras formas de gobernanza urbana.

Citykitchen no es, sin embargo, un ciclo de encuentros o charlas, es una cocina urbana que ha explorado dos aspectos de esa proliferación de intervenciones urbanas que componen una ciudad distinta. Primero, piensa cómo hacer circular los aprendizajes que ocurren acá pero que podrían ser replicables allá, en algún otro lugar, porque cada uno de esos proyectos que transforma la ciudad genera nuevos aprendizajes: componemos otra ciudad al mismo tiempo que aprendemos a hacerlo. El encuentro dedicado a los huertos urbanos es un ejemplo de ese aprendizaje mutuo en el que la red vertía su experiencia en cultivar una ciudad distinta y los técnicos del ayuntamiento desplegaban un conocimiento al alcance de muy pocos. La sensibilidad pedagógica que destilaba ese encuentro ha atravesado Citykitchen y es uno de sus elementos distintivos.

Un segundo aspecto de Citykitchen es que esa pedagogía se ha puesto al servicio de un objetivo concreto: cómo establecer otro tipo de interlocuciones entre la administración y la ciudad, el ayuntamiento y los vecinos. Más allá de los espacios de conflicto conocidos entre esas dos partes, Citykitchen ha explorado cómo sería una política distinta, o más bien, cómo cocinar una política distinta para la ciudad, investigando las infraestructuras, espacios y metodologías para necesarios para ello. El punto de partida es la asunción de que tenemos más preguntas que respuestas; más aún, que necesitamos nuevas preguntas y que la única manera de elaborarlas es en complicidad con otros, aprendiendo y dejándoles que aprendan de nosotros. La administración no es en este caso un otro situado en el extremo antagónico sino la contraparte a la que interpelamos para aprender conjuntamente. Esta es al menos la visión que puedo dar de mi participación en el proyecto como testigo en la diáspora; en lo que sigue me refiero a cuatro aspectos que creo que Citykitchen nos enseña para pensar en las formas de intervención ciudadana en la ciudad: las infraestructuras, los aprendizajes, los archivos y la experimentación.

Infraestructuras
Citykitchen se apoyó sobre una iniciativa previa surgida de las ascuas del PECAM, el Plan Estratégico de Cultura del Ayuntamiento de Madrid que el delegado de las Artes el momento pretendió elaborar en 2012. Un plan que era tanto un diseño de la cultura madrileña como una propuesta de intervención en la ciudad a través de una visión economicista ungida con la retórica de lo digital, la smart city y las fábricas sin humo(2). El plan nunca vio la luz pero generó en distintos espacios de la ciudad debates en torno a la cultura. En uno de ellos, organizado por Medialab-Prado e Intermediae, se convocó una mesa para discutir lo que se denominó en aquel momento proyectos ciudadanos de gestión de lo público. Tras una primera reunión llegó una segunda y continuó con periodicidad regular para generar lo que se llamó en aquel momento La Mesa de Proyectos de Ciudadanos de Gestión de lo Público; para simplificar: La Mesa.

La Mesa convocó durante sus primeros meses a diferentes iniciativas de intervención urbana surgidas en los últimos años en Madrid. Pasaron por ella a narrar su experiencia participantes del Mercado del barrio de Montamarta, un enorme espacio de titularidad municipal cedido a un colectivo encargado de reconvertirlo en un proyecto cultural/social, miembros de otros de los proyectos ciudadanos prometedores como la misma Red de Huertos y El Campo de Cebada, entre otros, contaron también sus experiencias. En cada uno de esos encuentros se desgranaban con minuciosidad los detalles que habían permitido sacar adelante distintas iniciativas: alguien había conseguido la autorización para el uso de un gran espacio porque conocía personalmente a un responsable de la administración, en otro proyecto la toma de agua se había conseguido gracias a un apaño técnico… parecía como si cada proyecto fuera literalmente un apaño que aprovechaba conocimientos de unos y otros. ¿Sería posible estandarizar esos conocimientos, generar una metodología que permitiera replicarlos en otros lugares, incluso en otras ciudades? Ese intento por generar una metodología era un lema repetido habitualmente.

Los meses pasaron y en un determinado momento La Mesa se ensanchó y se convirtió en cocina, en una cocina urbana: Citykitchen, que ha sido promovido por los colectivos de arquitectura Basurama y Zuloark en complicidad con Intermediae y apoyados en La Mesa. Así que La Mesa(3), una infraestructura ciudadana para intervenir en la ciudad, se convirtió en el mobiliario para esa cocina urbana. Quizás la elección de nombres pueda parecer caprichosa, pero está plena de sentido: la invocación de una mesa primero y de una cocina después señala un intento por evidenciar la importancia de las infraestructuras para tomar parte en la ciudad, un asunto que apareció recurrentemente en las discusiones de La Mesa primero y de Citykitchen después.

De los huertos urbanos al Campo de Cebada, pasando por otros proyectos como Esta es una plaza, todos ellos evidenciaban el papel crucial de infraestructuras en esa otra relación con la ciudad. Por muy mundanas que estas fueran: una toma de agua para un huerto, la conexión eléctrica, un servicio que transforma el espacio público… la intervención material de los ciudadanos en la ciudad dota a esta de unas capacidades diferentes y equipa a los primeros con una sensibilidad diferente. Esas prácticas nos hablan de una política que no se piensa única ni necesariamente a través de la construcción de eso que algunos llaman un sujeto político, que no se piensa a través de la construcción de una comunidad, sino que evidencia la necesidad de infraestructuras para tomar parte en la ciudad de una manera distinta. La construcción de infraestructuras urbanas deja en evidencia el mantra de la participación para evidenciar que lo que necesitamos son infraestructuras para configurar la manera como tomamos parte en la ciudad.


Aprendizajes
La Mesa tuvo resonancias por la ciudad y los promotores del huerto de la Revoltosa, en Arganzuela, se acercaron en 2014 a una de sus reuniones en busca de asesoramiento. Habían ocupado un espacio baldío del barrio con un huerto y tenían dudas sobre los pasos a seguir.

Quienes estaban presentes en La Mesa desplegaron todos sus conocimientos: los contactos a establecer con la Red, quién podía ayudarles con el compostaje, dónde conseguir tierra… Sólo unas semanas después de aquello la responsable del distrito ordenaba sepultar el huerto. El desmantelamiento del huerto es un indicador descriptivo del tono que gobierna muy habitualmente las relaciones entre administración y ciudadanía, entre vecinos y ayuntamiento. La teoría política se ha ocupado de darle cuerpo teórico a esta manera de entender la política como un ejercicio de confrontación. Sea el otro un enemigo al que se excluye moralmente en un ejercicio de política antagónica, o un adversario al que se reconoce en una relación agónica, Chantal Mouffe4 ha sido quien ha sintetizado de manera precisa esa idea de que la esencia de la política es la confrontación. Y ciertamente el lenguaje del conflicto permea muchos contextos políticos de la ciudad, y hay quienes en la mesa lo invocan también a menudo el conflicto como una instancia productiva. Pero también es cierto que el camino del conflicto lo hemos recorrido y lo conocemos al dedillo, Citykitchen ha aspirado a transitar otras sendas en la relación entre esas dos partes que cohabitan en la ciudad. Más que conflictos, en esa cocina nos hemos encontrado con dilemas, más que enfrentamientos han sido problemas que nos desafían y que desbordan nuestras capacidades.

La debilidad del conflicto es que necesariamente y de manera maniquea genera dos campos distintos. El dilema, en cambio, no nos distribuye en dos lados sino que abre un manojo de posibilidades ilimitadas. Alguien del ayuntamiento comentó en cierta ocasión su sorpresa por la ausencia de la confrontación en esos encuentros y, ciertamente, la cocina urbana de Citykitchen desmanteló el conflicto mediante un ejercicio pedagógico arropado por un gesto de permanente hospitalidad compartida. La puesta en público de la sesión dedicada a los huertos evidenciaba dos maneras de relacionarse con la ciudad muy distintas en su misma estética: Pablo se refería a sus abigarradas diapositivas de texto apretado: aprovechamos el espacio lo mismo que en los bancales del huerto. Dos maneras que, sin embargo, en aquel momento tenían cabida en el mismo espacio, capaces de generar la condiciones para explorar conjuntamente cómo componer una ciudad común.

Por mucho que los participantes de las sesiones se empeñaran el tratar de superar las distinciones tradicionales entre la administración de un lado y la ciudadanía del otro esta permanecía. El logro de Citykitchen no ha sido trascender esa dicotomía sino superar el antagonismo que tradicionalmente las relaciona. Citykitchen reconoce dos partes que son distintas porque vienen equipadas con conocimientos diferentes y ha sido capaz de generar las condiciones para una pedagogía reversible que reconoce una diversidad de saberes, sensibilidades y modos de estar, pero que está dispuesta a enseñar y aprender, a hablar y también a escuchar pacientemente. El gesto pedagógico que atraviesa los encuentros es un reconocimiento de los límites propios porque las preguntas que tenemos hace tiempo que nos han desbordado. Ciertamente ese reconocimiento exige un ejercicio de humildad; la mesa y la cocina han sido esas tecnologías humildes que han abierto la posibilidad para un ejercicio político diferente.

Quienes han participado en Citykitchen son jóvenes, en la treintena, formados intelectualmente, atrapados en la situación económica que atraviesa el país. El perfil sociocultural está lejos de ser un reflejo de la multitud de habitantes de una ciudad como Madrid. Difícilmente podría pensarse Citykitchen en términos de representación política, una crítica habitual a muchos de estos procesos. Pero Citykitchen no pretende representar a otros sino a la ciudad; su ejercicio de representación no es político, al estilo del parlamento, sino epistémico, a la manera del experimento. A fin de cuentas su referente es la cocina y no el parlamento, su aspiración es la comensalidad y no lo adversarial. El antagonismo político se transforma en algo diferente cuando los comensales no se sientan a la mesa sino que están a cargo de ponerla. Más aún, quienes asisten a Las Mesas de Citykitchen no son simplemente comensales porque su preocupación es, antes que nada, preparar la mesa para otros.

 

Archivos
Después del encuentro dedicado a los huertos hubo un intercambio de correos dentro del grupo organizador de las mesas pidiendo las diapositivas de las presentaciones que se habían realizado. Costó localizarlas pero finalmente dieron con ellas y pueden verse publicadas en Internet(5). De encuentro hay una relatoría pormenorizada: un relato escrito, las presentaciones, la grabación de audio y una breve cápsula de video en la que se interpela a alguno de los participantes sobre los asuntos discutidos. El trabajo de documentación ha sido exhaustivo y el resultado es un archivo detallado y heterogéneo en términos de formato. El trabajo de documentación hace evidente que los encuentros públicos de Las Mesas de Citykitchen han sido, en realidad, la puesta en escena del trabajo de muchas reuniones dedicadas a su diseño en las que participaban igualmente miembros de la administración y esos otros que no se me ocurre como llamarlos sino ciudadanos.

En los últimos tiempos los archivos han proliferado de manera generalizada. Décadas atrás eran una tecnología en manos del Estado y de las grandes instituciones; ahora cualquier acontecimiento, por mundano que sea, puede ser (y es) documentado para ser después archivado públicamente: el archivo ha sido liberado de las manos de las grandes instituciones. Si algo caracteriza a muchos de los proyectos de intervención en la ciudad es su esfuerzo por narrar y dar cuenta de lo que acontece, documentar y archivar la ciudad que componen. La relación del archivo con la ciudad ha sido explorada en sucesivas ocasiones, Walter Benjamin es un caso ejemplar que piensa la ciudad como un archivo: recorrer sus calles es navegar el archivo de la historia urbana. En otras ocasiones se ha pensando en la ciudad inscrita en el archivo: la construcción documentada de la ciudad en archivos que dan cuenta de ella. Aquí el archivo es algo distinto, es una manera de componer la ciudad, una manera de ensamblar otra ciudad.

El archivo de Citykitchen testifica los límites propios al tiempo que testea los límites de la ciudad que se compone: cuando se documenta se deja evidencia de la precariedad de lo que se ha compuesto; y se reconoce además que no estamos todos, hay quien falta y que podría estar. Archivar los encuentros de Las Mesas de Citykitchen es un ejercicio de composición de la ciudad que da cuenta del cuidado y la preocupación por los que no están presentes, es para ellos para quienes se documenta. Ocuparse del archivo, curarlo (en su sentido curatorial), es entonces cuidar de la ciudad. Y ese esfuerzo despliega nuevas posibilidades pues el archivo ya no guarda únicamente el pasado sino que se anticipa al futuro; como dice el antropólogo Arjun Appadurai(6), esto archivos en manos de las iniciativas ciudadanas son una tecnología de la aspiración. Nos encontramos aquí con archivos para la aspiración de una ciudad distinta porque el archivado no es el final de algo que acontece sino el principio de lo que está por ocurrir.

Experimentación
Hay un último aspecto que está insinuado en el nombre de Citykitchen: su orientación experimental. Los laboratorios urbanos han proliferado en los últimos años y no es extraño encontrar invocaciones aquí y allá que claman por laboratorios para experimentar con la ciudad o que incluso piensan a esta como un laboratorio. Citykitchen tiene en su nombre una insinuación a lo experimental que galvaniza su germen inicial; a fin de cuentas, la cocina ha sido históricamente un lugar que no es ajeno a la experimentación. La cocina, sin embargo, carece del glamur, el prestigio y la legitimidad que solemos atribuirle a esos espacios inmaculados, separados del mundo y donde las condiciones controladas someten a la naturaleza a condiciones excepcionales para hacer otra sociedad: el laboratorio. Pero ante la inflación del laboratorio como figura recurrente para pensar la experimentación el proyecto optó por nombrarse como una estancia doméstica mucho más humilde.

La historia de la ciencia nos ha mostrado que la imagen más extendida que tenemos de la experimentación científica como algo que ocurre en un laboratorio donde se tortura a la naturaleza para contrastar las teorías es, además de parcial, poco generosa con la diversidad histórica de la experimentación. Es una imagen que toma como modelo a la física y que es fraguada durante el siglo XX, pero antes de eso (y después también) la experimentación es más diversa, hay muchos más estilos en ella y los experimentos tienen, desde luego, muchas otras formas además de la señalada. El trabajo de Citykitchen es experimental porque está a la búsqueda de los conocimientos necesarios para componer la ciudad de otra manera y porque se preocupa por generar las metodologías que permitan viajar a ese conocimiento. El historiador de la ciencia Hans-Jörg Rheinberger(7) ha descrito de manera hermosa la experimentación biotecnológica del último cuarto del siglo XX diciendo que los experimentos son, antes que nada, sistemas que sirven para encontrar preguntas que los experimentadores aún no tienen. Experimentar, nos dirá Rheinberger, es una manera de generar futuros. Y ciertamente hay una búsqueda por otros futuros en Citykitchen.

Una búsqueda de preguntas que es experimental, pero que es también política o que, de alguna manera permite renovar el contenido y la orientación de la política. Resuena esa búsqueda con lo que el colectivo argentino Situaciones ha llamado investigación activista, aquella que en lugar de mantenerse en militancias se organiza en investigaciones y que en lugar de proporcionar respuestas se orienta a la búsqueda de nuevas preguntas. Citykitchen no es un laboratorio pero su cocina urbana se orienta a la experimentación, y tampoco es un colectivo activista pero el ejercicio de componer una ciudad distinta es netamente político. Con unos y otros comparte la búsqueda de nuevas preguntas antes que la asunción de certezas conocidas. No hace falta llevar hasta el extremo el argumento, creo que resulta iluminador para dar cuenta de lo que se ha cocinado en esos encuentros: dilemas compartidos en lugar de conflictos entre partes, problemas comunes en lugar de enfrentamientos de adversarios. Citykitchen ha intentado prototipar otra política mientras compone otra ciudad.

La filósofa Isabelle Stengers(8) dice que si algo caracteriza a la experimentación es el ejercicio consciente y expreso por el cual uno pone en riesgo sus argumentos. Aunque lo que se arriesga en la cocina no son los argumentos sino los alimentos, cada comida es un encuentro de riesgo y una promesa de satisfacción. Citykitchen era una apuesta de riesgo: en lugar de un proyecto participativo, en el cual la administración invita a la ciudadanía a tomar parte de los asuntos públicos, podemos pensar que Citykitchen ha sido un proyecto de administración participativa: un proyecto en el cual son los ciudadanos quienes interpelan a sus administradores a que participen en un ejercicio inverso. Hay que tener coraje para aceptar el desafío; y también una buena dosis de compromiso, en el sentido que lo acuña Marina Garcés cuando dice que comprometerse es ponerse en un compromiso: en un lugar que no es el propio y que te saca de tu zona de confort. Para que eso ocurra necesitamos lugares que acojan hospitalariamente, que mimen los ritmos y que escuchen con paciencia. Intermediae, una institución pública, ha sabido a menudo colocarse en ese lugar: hacer y dejar ese lugar desde una escucha modesta.

Creo que Citykitchen nos enseña que necesitamos un vocabulario distinto, no el tradicional de la política y no el convencional de la experimentación. Nos desafía a generar nuevas preguntas y hace evidente que eso sólo es posible en compañía de otros. Muchos de los contextos más productivos que en Madrid están dedicados a pensar la ciudad desde los márgenes parecen estancados: sus discursos y prácticas se mueven en círculos, los interlocutores de esa imaginación urbana desbordada nunca cambian. Una manera de superar esa situación es interpelar a extraños: lo suficientemente cercanos para no sentirnos amenazados, y lo suficientemente alejados para que ocurra lo inesperado. Pero para eso es necesario generar las condiciones que lo permitan: las infraestructuras, lugares y arquitecturas capaces de acoger hospitalariamente esa extrañeza. La historia de la ciencia ha dado cuenta en los últimos años de la relevancia que la arquitectura tiene en la experimentación: los laboratorios son antes que nada sofisticadas infraestructuras para la producción de conocimiento. El filósofo de la ciencia Ian Hacking(9) ha investigado un tipo de experimentos que se desarrollan sobre mesas, lo que llama table-top experiments. En este caso la arquitectura experimental es, literalmente, una mesa. Las Mesas de Citykitchen son, también, un experimento urbano de mesa. Una nueva ciudad pugna por ser compuesta sobre una mesa, y la cocina es el lugar perfecto para que algo así ocurra: una cocina que no es doméstica, para la familia, sino que es pública, para todos.

Gracias a quienes ponen La mesa y apañan la cocina, porque gracias a ellos y ellas aprendemos que la ciudad puede ser de otra manera.

 

Fotos de Lara Cano.

Gracias a Aurora Adalid por su cuidado edición del texto en PDF.

Un experimento urbano de mesa (texto en formato PDF).

Este texto se distribuye con una licencia Creative Commons de tipo Reconocimiento-Compartir Igual. Eso significa que el texto puede ser copiado, distribuido, modificado y comercializado siempre que se mantenga la atribución a su autor y se distribuya con la misma licencia. Pueden consultarse los términos de la licencia en: http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/es/ 

Referencias
(1) Citykitchen, en <http://citykitchen.es>.
(2) ‘Otra cultura para otro Madrid. ¿Otra cultura para quién? Notas sobre el PECAM, en < http://www.prototyping.es/cultura-digital/otra-cultura-para-otro-madrid-otra-cultura-para-quien-notas-sobre-el-pecam>
(3) La Mesa ciudadana, en <http://lamesaciudadana.wordpress.com>.
(4) Mouffe, C. (2005). On the political. London: Routledge.
(5) Documentación del segundo plato de Citykitchen: <http://citykitchen.es/el-segundo-plato-de-citykitchen>
(6) Appadurai, A. (2003). Archive and Aspiration. In J. Brouwer & A. Mulder (Eds.), Information is Alive: Art and Theory of Archiving and Retrieving Data (pp. 14-25). Rotterdam: NAj Publishers.
(7) Rheinberger, H.-J. (1997). Toward a History of Epistemic Things: Synthesizing Proteins in the Test Tube: Stanford University Press.
(8) Stengers, I. (2000). The Invention of Modern Science. Minneapolis, London: University of Minnesota Press.
(9) Hacking, I. (1983). Representing and intervening. Cambridge: Cambridge University Press.
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